Pablo García nació hace 49 años en la localidad de San Martín, provincia de Buenos Aires. Nació de nuevo hace 16 años, cuando empezó a vivir su segunda vida: el viaje en bicicleta por el mundo. “Emprendí esta aventura sin saber hasta dónde podía llegar”, dijo y terminó dando la vuelta al globo en dos ruedas, pedaleando 167 mil kilómetros y cruzando las fronteras de 106 países. La aventura, los prejuicios, los miedos, la inseguridad, la multiculturalidad, el Mundial de Qatar, la subsistencia, la universalidad de Maradona y Messi, la vida de alguien que eligió vivir viajando en un rodado 26.
Tras finalizar la secundaria, Pablo se inscribió en la carrera de Relaciones Internacionales, pero inmediatamente se dio cuenta de que el camino por el que quería transitar era otro: viajar. Atravesar uno de los lugares más calientes del mundo, recorrer un circuito de 5.000 metros de altitud por día o amanecer con agua congelada a su lado, fueron algunas de las tantas aventuras extremas por las que transitó este trotamundos argentino. Sentado en un banco a la sombra de los árboles del inmenso Parque del Retiro de Madrid, Pablo conversa con Infobae. Partió de Argentina con destino a Brasil como mochilero a los 20 años. Al poco tiempo de haber llegado, instalado en Maceió, una ciudad ubicada en la costa este de Brasil, montó una agencia de turismo junto a otros argentinos. Allí vivió durante cinco años hasta tomar la drástica decisión de querer conocer el mundo: “Creí que con la bicicleta iba a poder llegar a los lugares de otra manera, poder relacionarme con la gente de una forma más auténtica”.
Pablo se volvió en bicicleta a Buenos Aires desde Brasil en 1999. Su exorbitante aventura en dos ruedas comenzaba a diagramarse desde Argentina: estuvo un año y medio ahorrando y proyectando. A los 27 comenzó el tan ansiado y planificado viaje alrededor del planeta. En su extensa travesía, utilizó tres bicicletas. La última, de marca “Mérida”, se la regaló un encargado de un negocio de bicicletas en Israel en 2006. Pablo la describe como “básica, de rodado 26 con 27 velocidades”. Tenía muy claro su: atravesar los cinco continentes. Reconoce que “no era muy consciente al momento de entrar a cada uno de los continentes”, ya que desconocía los conflictos internos con grupos armados que había en aquel entonces en el norte de Uganda, en el sur de Sudán o en el norte de Kenia, por ejemplo.
Pablo García en Arabia Saudita camino a Salwa en la inmensidad de desierto con la ruta en construcción
Nadie lo motivó e incentivó a dar la vuelta al globo. La decisión fue propia y personal. Existen muchas formas de viajar y medios de transportes para hacerlo, sin embargo, Pablo eligió la opción más aventurera: “Yo quería viajar y conocer el mundo. Siempre me preguntaba cómo vivía la gente en lugares remotos como Mongolia, Vietnam o China”. Más allá de cada camino peligroso que tenía que cruzar, también pensaba con quién se iba a cruzar en el recorrido, por eso decidió hacer este viaje en dos ruedas: “Creía que, si llegaba en bicicleta, iba a tener un acercamiento con la gente del lugar, único”. Cuando vivía en Brasil, utilizaba la bici como medio de transporte y después de un tiempo comenzó a hacer viajes de cicloturismo con un amigo. Y ahí descubrió que “la bici es un medio de transporte perfecto porque tenes autonomía, podes llevar ‘la casa’ a cuestas, podés detenerte o seguir viaje cuando querés. Es un medio de transporte económico y te permite llegar al corazón de los lugares y de la gente”, asegura.
La decisión de abandonar el hogar no es fácil. Sobre todo porque abundan los interrogantes y escasean las respuestas al momento de partir de su barrio, su familia y despedirse de seres queridos, ya sea durante un tiempo provisorio o permanente. Dicen que los que se quedan en el lugar de origen son quienes más sufren ya que se anclan a la misma rutina pero sin sus seres queridos como compañía. Esto le sucedió a Pablo con parte de su familia: “Mis padres sufrieron bastante cuando les comenté que quería dar la vuelta al mundo en bici. Mi madre pensaba que iba a hacer si me enfermaba, qué iba a comer, cómo iba a conseguir dinero en el camino. Y mi padre pensaba en los peligros que podía encontrar en el camino. Es algo que les costó llevarlo adelante. Y cuando empecé el viaje no había mucha conectividad y con el tiempo tuvieron que aceptarlo. Estuvieron siempre con el ‘Jesús en la boca’”, cuenta. “El día que le dije a mi madre que iba a volver a Buenos Aires pensaba que lo iba a hacer en un autobús. Se lo tuve que explicar bien”, recuerda.
En la carretera entre Sichuan y Tíbet, considerada como una de las más altas, accidentadas y bonitas del mundo
Eligió iniciar su aventura, en la que recorrió un total de 167.510 kilómetros en bicicleta y atravesó 106 países, por el escollo más adverso: “Cuando partí para África fue bastante duro porque empezaba por el continente más difícil. Pero yo siempre entendí que, si iba a poder pedalear África, iba a poder pedalear el mundo entero”. Recorrió el continente africano en 27 meses. Atravesó tantas turbulencias como cosechó tantos recuerdos positivos e inolvidables como “la hospitalidad de la gente, principalmente, en culturas lejanas”. ¿Por ejemplo? “Los países musulmanes son los que más me sorprendieron, Mongolia y el Tíbet”. Y llega a la conclusión de que, por lo general, “en los lugares más pobres está la gente más abierta y curiosa”.
El Tíbet también le presentó un desafío físico: “Ha sido una de las partes más difíciles porque atravesaba un paso de 5.000 metros de altitud por día”, describió. Pablo abandonó Litang, situado en la provincia de Sichuan, en dirección a Shangri-La, un trayecto hecho a mediados de otoño, con condiciones climatológicas adversas; lluvia, intensas nevadas y mucho frío. “Llegás arriba y se te congelan los dedos de las manos y los pies, tenés que parar para frotar las manos y los pies. He dormido donde amanecía con el agua congelada y arriba estás solo. Por momentos decís ‘no sé cómo voy a salir de ésta’”, recuerda. Otro trayecto complejo fue el desierto de Danakil, en Yibuti, un desierto de África conocido por su calor extremo, uno de los lugares más cálidos del mundo. En contraste, en el sur de Bolivia, en el Paso Jama del Parque Nacional Avaroa, durmió bajo quince grados bajo cero y se despertó con el agua congelada.
En Nueva Zelanda con 110 mil kilómetros encima de la bicicleta
Una de las normas básicas que Pablo respetaba a rajatabla, en la medida de los posible, era su movilidad de acuerdo al clima. Dependía mucho el momento por el cual atravesaba los caminos: “A veces en bicicleta las cosas fallan y te tocan climas que los terminás sufriendo. Por lo general estoy equipado con ropa de todas las estaciones y una bolsa de dormir de 15 grados bajo cero, pero a veces estás a contramano de lo que te toca vivir y de lo que esperás”. Otras tantas veces, apela a la buena suerte o el azar: “En momentos de adversidad climatológica extrema cruzo los dedos y que el de arriba me ayude, no queda otra”.